Qué información omitieron, mezclaron y en qué dosis armaron el mapa indígena chileno los primeros antropólogos. El sociólogo de la Universidad Alberto Hurtado, Jorge Pavez recorrió los archivos mundiales para consultar los registros que hicieron los fundadores de la etnología nacional y descubrió cosas aberrantes como que el sacerdote Gustavo Le Paige armó su museo nortino a costa de los niños atacameños.
“Mas que la identidad, me interesa la alteridad: el problema no es saber quiénes somos, sino cómo nos relacionamos con la diferencia”. Con estas palabras el sociólogo Jorge Pavez, investigador de la Universidad Alberto Hurtado y autor del libro “Laboratorios etnográficos. Los archivos de la antropología en Chile (1880-1980”, explica su dedicación de 10 años a una investigación que buscó los registros fundacionales de la antropología chilena para comprender cómo se registró la existencia de los grupos indígenas en el extenso territorio nacional.
El título “Laboratorios etnográficos” tiene que ver con diversas perspectivas y escenas donde se implementaron verdaderas técnicas de traducción y clasificación de la diferencia cultural por parte de investigadores extranjeros, chilenos e indígenas. Pavez cuenta que recorrió Chile, Francia, España, Bélgica, Estados Unidos y Alemania analizando las operaciones de intercambio etnográficos que se hicieron a lo largo de cien años de historia y descubrió relatos que permiten sumergirse en las condiciones políticas, institucionales e individuales que hicieron posible la investigación de las culturas indígenas.
Lo interesante es que el autor problematiza la forma en que nos contaron la existencia indígena, relatos que inciden hasta el día de hoy.
La búsqueda fue larga y pausada, ya que el conjunto del material está disperso, debido –según explica- a que el Estado nunca tuvo mucho interés en tener un museo indígena, como el que se creó en 1912, el Museo de Etnología y Antropología, cerrado y disuelto en 1929.
Entre de los fundadores de la antropología destacan nombres como el alemán Rodolfo Lenz, el belga Gustave Le Paige, Tomás Guevara, o el austríaco Martin Gusinde. “Son los europeos los que empiezan a desarrollar una ciencia para el conocimiento de los indígenas, porque son ellos los que empiezan a colonizar, y requieren conocer mejor las poblaciones que quieren dominar”, explica el académico.
En esta publicación hay mucha descripción de las formas de acercarse a los indígenas, desde grabaciones de rituales, ceremonias, o lugares como los liceos donde los propios alumnos ayudaban a describir la historia de sus familias.
-¿Las prácticas que usaron los primeros antropólogos eran bien domésticas?
-Hay mucho de eso porque en esa época, a finales del siglo XIX, no era reconocido ni valorado dedicarse a hacer registros de los indígenas, porque se consideraba que ellos no tenían ninguna cultura. En ese sentido, este grupo de europeos era gente bien excéntrica, porque insistían en que tenían que rescatar algo importante que había ahí. Son fundadores de un conocimiento.
¿Qué es lo más valorado de estos antropólogos fundacionales?
-Dejaron cosas fundamentales que siguen vigentes en la antropología hasta el día de hoy: el mapa étnico de Chile, la cronología de la prehistoria del territorio, dentro de la cual sigue trabajando la arqueología actual, y documentos etnográficos de primera mano como los registros de caciques mapuche hablando sobre su pueblo, o las mujeres yaganes cantando y inventando letras en ceremonias rituales, y mucho en las lenguas originarias. Es un legado fundamental.
¿Cuál es la mirada crítica de esta investigación?
– Junto a científicos y laicos trabajaban misioneros que, en general, pensaban en evangelizar y proteger a los indígenas, pero a veces más bien distorsionan lo que veían en los indios. Se dan polémicas sobre los temas sexuales y el lenguaje obsceno, que los misioneros consideraban una faceta negativa del pueblo mapuche, y no querían difundir. O cuando Rodolfo Lenz quiere publicar cómo hablaban los huasos chilenos, el habla popular que se encuentra en adivinanzas pícaras por ejemplo; fue todo un escándalo.
¿Hay un conflicto entre la lectura de la elite y lo popular?
La elite busca quitarle la legitimidad que le dan estos antropólogos a lo popular y lo indígena. Por eso los ataca desde el saber más letrado.
-¿El tema de los niños cruza todo el libro, por qué?
Los científicos conversan mucho con ellos. En el liceo de Temuco el rector Tomás Guevara a través de sus alumnos puede acceder a las comunidades mapuches. Los niños son informantes claves de los etnógrafos, como un mediador para acceder al mundo de los adultos. También porque tienen tiempo libre para acompañar al extranjero de visita, por gustar siempre de la novedad. Los niños se interesan en los viajeros-exploradores y los etnólogos aprovechan este interés de ellos.
-¿Por qué plantea que en el norte, Le Paige llega a usar a los niños para lograr el museo que enorgullece al norte de Chile?
Porque hace trabajar a los niños, los hace escarbar en el desierto y los hace trasladar las momias al museo a cambio de una moneda, una ropita, lo que sea. Los atacameños siempre han tenido una relación singular con los muertos y un tabú de contacto, prohibiciones respecto a los cementerios, etc. Lo que hace Le Paige es decirles a los niños que lo que les dicen sus mayores es pura superstición. Y les ofrecía alguna cosa material a cambio. Y esas momias y objetos que sacaban, el mismo Le Paige las regalaba a sus visitantes. Es como una forma de mercado negro, de tráfico de influencias, donde los niños son los obreros, el eslabón subalterno más dominado, porque a veces los mismos padres se los entregaban a Le Paige. En fin, ahí hay una responsabilidad ética que no se ha asumido. Le Paige donó el museo a la U. Católica del Norte y ellos gestionan este patrimonio en su guetto, como si fuera su propiedad. Actualmente, hay una demanda en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por todas estas prácticas discutibles: ¿Por qué un cura manda a los niños a desenterrar a los muertos y luego una universidad se apropia de estos cuerpos y de ese trabajo infantil? Hasta el día de hoy la Universidad y los académicos de esa universidad dicen Le Paige fue el gran hombre que salvó el registro arqueológico del norte, salvador de los atacameños. Me parece que esos discursos son resabios de la dictadura, del paternalismo, el totalitarismo y el autoritarismo de la dictadura en su relación con los pueblos indígenas, con los obreros, con los niños, con todos. Y recordemos que Le Paige celebraba la dictadura, era amigo de Pinochet, y se volvió un activo colaborador de la dictadura, tanto en el extranjero como en Atacama, donde ejercía la vigilancia y la denuncia contra toda oposición al régimen. En la Católica del Norte hay muchos que siguieron la misma línea, por eso Le Paige es para ellos un ícono.
Jorge Pavez.
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