¿Por qué?

Vivimos en un mundo definido por la velocidad de los cambios. Un mundo que necesita cada vez más de ideas, de pensamientos, de valores humanistas, de la empatía. ¿Cómo dotamos de significado a los cambios de hoy?
Quienes se desenvuelven en las Humanidades y en las Ciencias Sociales suelen ser quienes plantean las preguntas esenciales. Los que cuestionan el status quo. Los que, en medio del vertiginoso ritmo de la inmediatez, de los resultados, de la productividad, se preguntan por el sentido de lo que hacemos, el sentido del ser humano.
¿De qué modo participamos en la globalización si no comprendemos quiénes somos y qué es aquello que nos hace singulares como personas, como ciudadanos, como nación? Sin las Humanidades no es posible traer al presente las lecciones del pasado, ni comprender mejor lo que nos hace humanos a través del arte y otras manifestaciones de la cultura, ni dotar a los acelerados cambios científicos y tecnológicos de un marco ético. Sin las Ciencias Sociales -como la Economía, la Sociología, la Geografía-, no es posible transformar el crecimiento económico en verdadero desarrollo: aquel que, más que riqueza, lo que crea es una sociedad equitativa, justa, creativa, humana.
Textos y entrevistas del sitio: Carmen Sepúlveda, periodista.

La nueva página de un libro clandestino

Abril, 2017 | Cultura, Entrevista

Elizabeth Lira

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Fue en 1980 cuando un seminario reunió a más de 50 profesionales en Punta de Tralca para compartir experiencias sobre el trabajo solidario y las consecuencias de la represión política. Hoy Ediciones Universidad Alberto Hurtado publica el libro que reunió los trabajos de 1982. Esta reedición estuvo al cuidado de la decana de la Facultad de Psicología de la Universidad Alberto Hurtado, Elizabeth Lira.

La portada es una mujer que mira hacia afuera desde la ventana de un auto. Es una foto en blanco y negro. Década de los 70. Ésta imagen de la destacada artista visual Lotty Rosenfeld  es la puerta de entrada del libro “Lecturas de psicología y política. Crisis política y daño psicológico”, que reúne las exposiciones de un seminario realizado en Punta de Tralca en abril de 1980. Treinta y cinco años después, la decana de la Facultad de Psicología de la Universidad Alberto Hurtado Elizabeth Lira, reconstituye la escena histórica con los autores y busca el orden de las ponencias. La imagen de portada de la autora de “Una milla de cruces en el pavimento”, es muy semejante a la original que se usó para la portada de esta reedición.

El seminario de 1980 fue organizado por la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (FASIC), duró cinco días y reunió a más de 50 personas. Participaron economistas, abogados, sociólogos, psiquiatras, psicólogos, trabajadores sociales, profesionales que trabajaban en la Vicaría de la Solidaridad del Arzobispado de Santiago, otros que eran del programa Médico psiquiátrico de FASIC e invitados internacionales que atendían a exiliados y refugiados en varios países. Todos con el espíritu de intercambiar experiencias de lo que estaba ocurriendo en su trabajo con las víctimas durante los siete años de la dictadura en Chile.

Lira recuerda que la organización del encuentro se preparó desde 1979 con el objetivo de compartir vivencias sobre el trabajo con las víctimas, reflexionar sobre las condiciones políticas y sus consecuencias, y analizar el trabajo solidario, especialmente mientras las demandas de atención a las víctimas eran muy complejas y excedían los conocimientos y experiencias de los equipos de profesionales.

Por otro lado, se asumía que los espacios laborales generados al amparo de las iglesias eran seguros, pero los hechos posteriores erosionarían esas confianzas y mostrarían la vulnerabilidad del trabajo y de las personas. De ahí que el libro circuló de forma secreta. José Manuel Parada, sociólogo, quien trabajaba en la Vicaría de la Solidaridad, uno de los autores fue degollado junto a otros dos profesionales a fines de marzo de 1985. Otros fueron detenidos y torturados. Algunos trasladados por meses a vivir  en lugares remotos y otros encarcelados y exiliados.

Las exposiciones se grabaron y de ahí salieron cientos de páginas que se convirtieron en dos tomos que circularon clandestinamente en Chile y América Latina desde la década de 1980.

Su reedición fue una iniciativa académica para recuperar las reflexiones sobre el contexto político y económico y el trabajo asistencial, legal, médico, psicológico y social -tanto en nuestro país como en países de exilio- para asistir a las víctimas de violaciones de derechos humanos.  Esta publicación se enmarca también en las actividades del programa interfacultades de la UAH Memoria y Derechos Humanos.

Esta reedición buscó mantener los textos originales, sumarle una introducción para explicar el origen del libro y dejar todo tal cual como fue, agregando el listado de los autores con sus nombres verdaderos. Todos fueron consultados sobre esta reedición, la que mantenía el formato original.

-¿Incluso las firmas con las iniciales que reguardaban la identidad?-

-Sí, se mantuvieron los seudónimos y  las firmas con iniciales de todos los que vivían en Chile, tal como se publicaron los textos en la primera edición.

El prólogo a cargo de Marie Langer, quién fue una de las figuras relevantes del psicoanálisis en Argentina, México y Nicaragua  señala  que uno de los valores del encuentro fue la forma de trabajo que tuvieron psicólogos, psicoanalistas y psiquiatras de las más diversas orientaciones teóricas, manteniéndose unidos por la misma meta, la rehabilitación de las víctimas: “Aprendí mucho de la lectura de este libro. Por ejemplo, del análisis lúcido y frío de la locura de los militares. O cómo lograban deshumanizar a los futuros torturadores”, señala en las primeras páginas.

Elizabeth Lira, quien ha dedicado gran parte de su vida profesional a trabajar con las víctimas de violaciones a los derechos humanos, el trauma, la reparación y la memoria recuerda que el espíritu que surgió en Punta de Tralca fue compartir entre profesionales lo que significaba el trabajo con las víctimas en condiciones muy difíciles y angustiosas  y aprender, entre pares, sobre cómo enfrentar esa tarea. “De alguna manera escribir y compartir los problemas objetivos y subjetivos de esa labor contribuyó a mitigar su impacto emocional sobre esos trabajadores”, señala.

A 35 años la publicación da cuenta de cómo la violencia se instaló en Chile,  quiénes fueron perseguidos y de qué forma y también el perfil de quienes ejercieron la tortura.  Frente a este diagnóstico -¿Por qué los profesionales de la psicología analizaron ambas veredas? –

-Me parece que se requería entender en primer lugar lo que estaba ocurriendo con las víctimas. Pero, al mismo tiempo era necesario denunciar la represión política e impedir que se siguiera torturando y causando los daños que habíamos observado; para eso era preciso considerar el proceso en su conjunto. No se entiende la situación de represión política vivida en Chile, sin analizar el marco político y económico que se había impuesto y sus objetivos y las relaciones políticas nacionales e internacionales que condujeron a que un conflicto social  se agudizara dramáticamente durante el período de la Unidad Popular y que terminara con el golpe militar.

En ese tiempo no  teníamos conocimientos precisos sobre la participación de los Estados Unidos en el derrocamiento de Salvador Allende y en la instalación de Pinochet como gobernante. Hoy, con la desclasificación de los archivos del Gobierno de los Estados Unidos que se iniciaron en el año ’75 (Informe Church), y que siguió en el año 1998 y recientemente en 2016 con ocasión del 40 aniversario del asesinato de Orlando Letelier, es posible entender mejor la naturaleza de la represión politica. Esta se mantuvo y apuntó principalmente a las dirigencias políticas de los partidos de izquierda y de las organizaciones sociales y sindicales, pero también contra otros que se opusieron a la dictadura y contra muchos que actuaron solidariamente a lo largo del país, durante todo el período.

-En este contexto político: ¿Por qué es importante comprender los motivos para practicar la tortura como recurso de control político?

-Tenemos una imagen muy idealizada del país pensando que la tortura emerge sólo en 1973, eso no es cierto. En  este país la policía de investigaciones  torturaba desde el siglo 19, y hay denuncias desde entonces. Un gran jurista de ese período, Robustiano Vera escribió un artículo en una revista forense en 1891 sobre la modalidad de las torturas que ejercían los policías con los detenidos. Hay una investigación del Senado entre 1891 y 1893 que registra también esas prácticas. Hay denuncias muy fundadas sobre las torturas por motivos políticos durante la dictadura de Carlos Ibáñez (1927-1931). Durante la década de 1930 se introdujo el uso de la electricidad y se torturó regularmente a los delincuentes comunes y a los detenidos por motivos políticos. Escribimos un artículo sobre la tortura en Chile entre 1810 y 2013. Es penoso darse cuenta que solamente cuando se ha utilizado con detenidos por motivos políticos la denuncia tiene mayor impacto y la sociedad reacciona, porque se tocan a dirigentes públicos, a personas de otras clases sociales y ellos y sus familias denunciaban. Pero cuando se trataba de la tortura de pobres, campesinos y sindicalistas no se denunciaba o a pesar de las denuncias judiciales, estas no prosperaban. El tema es muy grave porque para poder erradicar la tortura se tiene que convencer a las policías que los métodos para llegar a esclarecer quiénes son los responsables de un hecho criminal no pasa por la tortura sino por métodos científicos.

-Germán Morales, quien ha trabajado en temas de reparación de derechos humanos, dijo en la presentación del libro que la publicación fue de un “coraje intelectual” y agregó que no se impuso el método sino que la necesidad de cada una de las víctimas. ¿Qué quiso decir con esto último?

-Eso corresponde a una discusión histórica dentro la psicología; los profesionales suelen adscribirse a orientaciones teóricas y actuar profesionalmente a partir de esos enfoques. Las situaciones particulares como las que presentaban los consultantes requerían considerar las teorías como un abanico de posibilidades para comprender lo que realmente estaba pasando, pero no depender de alguna.  Las experiencias brutales de tortura, maltrato, persecución, desaparición de personas y miedo y angustia obligaban a una forma de aproximación a partir de identificar el padecimiento, sin traducirlo únicamente a categorías psicopatológicas para diagnosticar proceso que afectaba a la persona y a la familia. En la mayoría de la casos se trataba de situaciones traumáticas, y a veces, acumulativas a lo largo del tiempo, entonces se requería hacer un esfuerzo por entrar en diálogo con las teorías existentes, centrado en las necesidades del paciente y responder a su motivo de consulta. Por eso el enfoque es multidisciplinar y a la sin una adscripción teórica en sentido estricto. Era un trabajo en equipo donde había una evaluación de una asistente social que se preocupaba si la persona tenía donde vivir, si tenía qué comer, si tenía trabajo y cuáles eran las condiciones de seguridad en la que se encontraba.

-¿Y ahí  la teoría quedaba desplazada?

-No. Al revés. Era un recurso relevante, pero yo creo que las intervenciones terapéuticas requerían asumir la integralidad del problema. Hay una relación entre las condiciones de vida de las personas que agudizan un modo de conflictuarse y de estar en la realidad que hay que mirar en su conjunto. Resolver las condiciones básicas (alimentación, vivienda, salud, seguridad propia y de los suyos entre otras) puede permitir sobrevivir.  Situación que en contextos políticos normales no son parte de las preocupaciones de los psicólogos.

El libro publicado por Ediciones Alberto Hurtado es un documento histórico y fundamental para quienes investigan la violencia en un régimen dictatorial, pero también para las nuevas generaciones que quieran comprender qué pasaba en la vida cotidiana en un orden autoritario.

Definitivamente, la mirada de Lotty Rosenfeld en la portada es sólo el comienzo de decisiones humanas que se tomaron en situaciones de miedo y amenaza: muchos se  subieron a un auto para salvar sus vidas y otros para no volver jamás.

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