¿Por qué a los chilenos nos cuesta tanto articularnos colectivamente? Qué razones explican ese comportamiento férreo de desprecio hacia las instituciones y hacia los otros. Aquí parte de las razones que tienen paralizadas a las personas, bajo la reflexión filosófica del Vicerrector Académico de la Universidad Alberto Hurtado Dr. Sebastián Kaufmann.
La primera gran marcha contra las AFP -que congregó a 40 ciudades del país- instaló el tema de las precarias jubilaciones de los chilenos versus las millonarias utilidades de quienes las administran. La movilización llamó la atención del mundo público y privado porque hasta ahora la población no había sido un movimiento articulador de masa crítica. Frente a esta realidad, el artículo “De la impotencia a la acción posible: Reflexiones en torno a un nuevo pacto social”, publicado en revista Mensaje y escrito por el Dr. en Filosofía y Vicerrector de Integración de la Universidad Alberto Hurtado, Sebastián Kaufmann, hace un análisis filosófico de por qué una sociedad como la nuestra le cuesta tanto llegar a la acción y qué elementos influyen en la pérdida de la capacidad de reconocerse, de perdonarse y pensar en el futuro. El artículo es parte de la investigación Fondecyt de Filosofía (2014-2016) que el académico realiza junto al filósofo Patricio Mena.
Parte del análisis de Kaufmann es la nula posibilidad de generar una acción convocante que los mueva a todos. No tenemos “capacidad de construir acuerdos, de sentirnos reconocidos en normas sociales respetadas y vinculantes, y de mirar al pasado y al futuro con un diagnóstico relativamente común”, sostiene. ¿Por qué? Las razones teóricas se canalizan en una palabra: la impotencia.
Lo que el autor establece es la llamada “impotencia simbólica”, que sería esa dificultad de grupos de encontrar recursos simbólicos para articular su acción. Por ejemplo, el mundo indígena no se siente reconocido en aspectos de la cultura chilena y grupos importantes de jóvenes se sienten excluidos del sistema al no lograr reconocerse en los códigos dominantes.
Segundo, “la acción (que puede ser desde saludar hasta votar o parar un taxi) sin símbolos simplemente no sirve”. La acción es mucho más que un movimiento físico, dependiendo del contexto y de los códigos culturales en los que dicho movimiento se desenvuelve. Si le quitamos a la acción el significado cultural nos quedamos con un movimiento vacío.
Tercero, sin una red simbólica, no hay acción humana. Este principio se comprende de la base que para actuar se deben conocer los códigos de una determinada sociedad, pero si “los códigos culturales, en general, son manejados por los grupos dominantes. Entonces, difícilmente podrán participar de dichos códigos quienes estén marginados”.
De ahí el tema de la desigualdad cruza nuestra sociedad y es una expresión de la fragilidad de la acción. Cuando las partes son asimétricas produce un desequilibrio natural. Dicho desequilibrio se agudiza cuando se da en un contexto de relaciones desiguales y cualquiera sea la acción tiene un potencial destructivo. “Chile tiene una enorme deuda de reconocimiento. La nueva Constitución, por ejemplo, debiera ser una gran oportunidad para construir un espacio público más plural y más acogedor con las minorías”, dice Kaufmann.
Si a la enorme dificultad para confiar en otros y en las instituciones se suma la impotencia dada por el lastre de un pasado traumático, construir un destino común hace aún más compleja la posibilidad de la acción futura.
En resumen: El desafío es construir un espacio público no monopolizado por elites que muchas veces son sectarias, cerradas y muy poco diversas, además de cultivar la empatía, regla de oro para equilibrar la desigualdad.
Kaufmann explica que el que hoy contemos con una ciudadanía más empoderada, capaz de movilizarse por sí misma en la defensa de sus derechos y de protestar ante la injusticia, es un signo prometedor de que podemos nivelar la cancha de modo de compensar la asimetría propia de la acción con una repartición más equitativa del poder.
Finalmente, la fragilidad temporal de la acción, encuentra un cierto remedio en dos instituciones fundamentales: el perdón y la promesa. El perdón, “si bien no revierte el tiempo y no borra lo hecho, permite que la falta no dañe irremediablemente las relaciones y la capacidad de actuar del ofendido y del ofensor”. En un mar de incertidumbre, las “promesas creíbles” trazan estelas predecibles que permiten la construcción de instituciones, el fortalecimiento de las confianzas y el poder actuar contando con que los demás cumplirán su parte.
“De la impotencia a la acción Posible: Reflexiones en torno a un nuevo pacto social”.
Sebastián Kaufmann Salinas,
Doctor en Filosofía, Vicerrector de Integración Universidad Alberto Hurtado
Leer artículo Revista Mensaje, Junio 2016.
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