Una secretaria, en la segunda mitad del siglo XX, actuaba como un “filtro” entre el jefe y el mundo exterior. Tan poderosa como puede ser una esposa en el hogar, en la oficina era la que decidía quién hablaba con su jefe, a la vez que le evitaba distracciones y problemas banales. Rol que gracias al neoliberalismo ya casi no existe.
“Se extinguieron las secretarias de antes. Ya casi no queda ni una”, dice la investigadora argentina Graciela Queirolo, profesora en Historia de la Universidad de Buenos Aires que visitó nuestro país para participar del encuentro Internacional: Trabajo, profesionalización y relaciones de género América Latina (siglos XIX y XX), seminario organizado por el Departamento de Historia de la Universidad Alberto Hurtado en conjunto con el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
El estudio de Graciela Queirolo se enmarca en su proyecto FONDECYT Posdoctoral Nº 3150119, “La profesionalización del trabajo femenino asalariado en el sector administrativo (Santiago de Chile y Buenos Aires, 1920-1970)”, patrocinado por el Departamento de Historia de la UAH. Este proyecto se vincula a la línea de trabajo, profesiones y clases medias que desarrolla la profesora María Soledad Zarate en el marco de su FONDECYT Regular Nº 1161204, “Profesiones sanitarias femeninas en Chile 1950-1980: prácticas, relaciones de género e identidades laborales” que forma parte de las preocupaciones del Magister de Chile Contemporáneo.
Queirolo quien realizó la investigación “La perfecta secretaria: la profesionalización del trabajo femenino en el sector administrativo (Buenos Aires y Santiago de Chile, 1920-1950)” contó que su trabajo parte en primera instancia porque su madre era secretaria. “El mundo que investigo es de la primera mitad del siglo XX, mi madre es de la segunda parte del siglo veinte, ella hizo una tremenda carrera como secretaria y subjetivamente puedo decir que he armado los antecedentes de ese mundo”, comenta. ¿Qué opciones laborales existían para las mujeres en esa época? Según la historiadora, los empleos femeninos asalariados siempre han existido para las mujeres, la riqueza de este periodo pasa porque el mundo laboral se complejiza y las mujeres pueden ocupar espacios nuevos porque hay un aparato educativo desde el Estado que les permite capacitarse y ser funcional a nuevas exigencias del mercado. “Lo que cambia son los formatos y oportunidades que el mercado abre para el mundo femenino”.
En ese sentido las fuentes que se consultan en esta investigación para retratar el rol de la secretaria son los censos de población, las revistas femeninas y los avisos económicos de la época que entregan datos como el valor social que tuvo ser pieza clave de una oficina. “Ser secretaria era un buen camino que podían transitar las mujeres antes de casarse o bien aquellas que quedaban viudas. En general son jóvenes y solteras que una vez que contraen matrimonio o tienen a su primer hijo vuelven al hogar”, comenta Queirolo.
En América Latina y en especial Buenos Aires y Santiago de Chile se vivió la exigencia de que los empleos administrativos debían tener una capacitación comercial, que consistió en la alfabetización, que, a su vez, permitió la adquisición de técnicas específicas en mecanografía y taquigrafía. Herramientas que se entrelazan a las nociones de feminidad para imprimir cuotas de prestigio a las ocupaciones administrativas porque, a pesar de las subordinaciones salariales y jerárquicas que afectaron a las empleadas, las concepciones de feminidad tornaron tolerable su presencia en el mercado, mientras que los saberes profesionales les otorgaron ventajas comparativas respecto de otras ocupaciones, en especial, respecto de las trabajadoras manuales o de fábrica.
La investigación describe en parte que ocupar un puesto de secretaria no sólo exigía destrezas técnicas, sino también una “actitud” que expresaba el acatamiento a la autoridad del superior y la “disposición” para resolver desde grandes temas hasta pequeños detalles. Una secretaria actuaba como un “filtro” entre el jefe y el mundo exterior, porque le evitaba tanto distracciones como problemas banales. En tanto, de la misma manera que debía tener la capacidad de solucionar los pedidos de su jefe, debía responder con celeridad a sus demandas y evitar preguntas innecesarias. Por lo tanto, una secretaria mantenía el “orden” de la oficina, lo que implicaba ocuparse no sólo de los instrumentos y papeles de trabajo, sino también de la decoración. Así como guardaba cada objeto en el lugar asignado y lo conservaba listo para su uso —el cuaderno de dictado iba en un cajón, los lápices siempre debían tener punta—, un pequeño jarrón con flores naturales se convirtió en el símbolo del cuidado, metáfora de la “delicadeza”. Propias de la delicadeza fueron tanto la “amabilidad” en el trato telefónico y con las personas que visitaban la oficina como la “discreción”. Toda secretaria debía evitar comentarios sobre lo que oía o lo que se le comentaba. Además, la discreción se expresaba en su vestir.
El requisito de la “buena presencia”, tan demandado en los avisos clasificados, se traducía en un “buen vestir”, es decir, en prendas sencillas pero elegantes. Así lo resumió una columna de una revista femenina de la década de los treinta: “Ninguna chica que no sea prolija consigo misma, puede serlo con el trabajo que se le ha encomendado”. Este vestir elegante y sobrio se combinaba con un maquillaje moderado —cosméticos y perfumes—, el arreglo del cabello y las uñas, y la higiene general. En la década de 1940, en la prensa comercial, muchas publicidades de productos de tocador fueron protagonizadas por empleadas que veían frustrados su aumento salarial o su ascenso a secretaria por su piel —“si mi cutis no fuera tan seco y con ese aspecto así descamado, impresionaría mejor a los jefes y podría hacer una buena carrera”, confesaba una dactilógrafa a otra que le proponía como solución un jabón.
En definitiva, lo que todas estas publicidades dejaron entrever, más allá del objetivo de promocionar la industria cosmética, fue que no eran suficientes saberes técnicos para protagonizar la permanencia en los empleos administrativos o una carrera laboral de empleada a secretaria, sino que la apariencia externa tenía un carácter fundamental e imprescindible para el éxito laboral: “no hay que engañarse. Una secretaria vale tanto por su capacidad profesional como por lo que se llama su presentación”, concluía una publicidad.
Lo que trató de retratar Queirolo además es una realidad en Buenos Aires y que empezó a estudiar en Santiago de Chile. En ambos escenarios, hay bastante similitud, sólo hay un énfasis de clases: en nuestro país las carreras administrativas estaban vinculadas a la clase media en tanto en Argentina ese fenómeno no fue tan así, tiene sus matices”, comenta la académica.
La “perfecta secretaria” contiene un profundo ejercicio de autoeducación y autocontrol. “El tema es que socialmente se presenta como natural, pero no lo es, es una profesión vinculada a la existencia y atención a un hombre. “Esta profesionalización abrió la puerta de las mujeres, pero puso el techo en los salarios, siempre vas a ganar menos que tu jefe o que un hombre”, dice la investigadora.
-¿Por qué ya no existen?-
-Este mundo cambió en los años 70, el neoliberalismo anuló la secretaria, se dejó de lado esa posibilidad de hacer carrera en un mismo lugar. ¿Quién hace carrera en un banco hoy día? Nadie. Nadie jubila en una empresa. ¿Quién sabe escribir en una máquina de escribir hoy? Nadie. Antes se decía con orgullo: “Yo era la secretaria de fulano y esa relación tenía un prestigio muy grande, estas mujeres eran leales y fieles, todos valores que en el mundo de hoy perdieron peso”, concluye la historiadora.
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