¿Por qué?

Vivimos en un mundo definido por la velocidad de los cambios. Un mundo que necesita cada vez más de ideas, de pensamientos, de valores humanistas, de la empatía. ¿Cómo dotamos de significado a los cambios de hoy?
Quienes se desenvuelven en las Humanidades y en las Ciencias Sociales suelen ser quienes plantean las preguntas esenciales. Los que cuestionan el status quo. Los que, en medio del vertiginoso ritmo de la inmediatez, de los resultados, de la productividad, se preguntan por el sentido de lo que hacemos, el sentido del ser humano.
¿De qué modo participamos en la globalización si no comprendemos quiénes somos y qué es aquello que nos hace singulares como personas, como ciudadanos, como nación? Sin las Humanidades no es posible traer al presente las lecciones del pasado, ni comprender mejor lo que nos hace humanos a través del arte y otras manifestaciones de la cultura, ni dotar a los acelerados cambios científicos y tecnológicos de un marco ético. Sin las Ciencias Sociales -como la Economía, la Sociología, la Geografía-, no es posible transformar el crecimiento económico en verdadero desarrollo: aquel que, más que riqueza, lo que crea es una sociedad equitativa, justa, creativa, humana.
Textos y entrevistas del sitio: Carmen Sepúlveda, periodista.

La Chimba: ciudadela de la diversidad

Enero, 2016 | Calidad de vida, Entrevista

Francisca Márquez

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Si Chile es un país que le cuesta compartir con la diferencia por qué en Independencia, Vivaceta, Recoleta y Pío Nono la gente se mezcla sin mayores problemas. ¿Qué pasa en este microcosmo urbano? ¿Cómo se organiza la cuestión social en este pedazo de la capital donde el Estado no tiene acción ni voz? Aquí La Chimba, el cobijo de los inmigrantes, en la investigación de Francisca Márquez, antropóloga y académica de la Universidad Alberto Hurtado.

Se arrendó una pieza y vivió tres años junto a un equipo de jóvenes antropólogos y arquitectos en La Chimba, perímetro conocido históricamente como el lugar de la ribera norte del río Mapocho donde funciona La Vega, Patronato, los cementerios, el siquiátrico  y la Pérgola de Las Flores.  La Chimba es el sitio donde la historia de Chile sitúa la entrada de los españoles y hasta el día de hoy mantiene el carácter de ser la puerta de entrada de los extranjeros.

En quechua significa “al otro lado del río” donde todo puede pasar, donde convive lo que el resto de la ciudad civilizada no quiere ver. Es en este lugar donde la antropóloga de la U. de Chile Francisca Márquez, puso su lupa en una investigación que duró tres años y que la tuvo viviendo en una pieza y registrando el día a día y vivir al pulso de su gente.

“Fue  un trabajo largo porque es la etnografía, que es la observación y descripción de los  lugares y prácticas del habitar, lo que nos interesa registrar. La Chimba no se muestra fácil al que viene de afuera, se levanta desde códigos propios y hay que estar ahí para aprenderlos, esa es la clave”, sostiene Márquez a cargo este 2016 de la dirección del Magíster de Antropologías Latinoamericanas en la Universidad Alberto Hurtado.

Lo primero que señala cuando se le pregunta cómo nace este estudio es que surge de una investigación mayor sobre la segregación de Santiago y sus identidades en los diferentes barrios de la capital.  El hallazgo que encontró en este trabajo fue que frente a la brutal segregación de la capital, se construyen muchas identidades parciales en su interior. En estos barrios y poblaciones el habitante sienten que su arraigo está en el espacio que ocupa, por ello salir de ahí significa exponerse a grandes riesgos. “Si soy de La Legua o de Vitacura siempre se regresa al barrio. Pareciera  que la ciudad es un archipiélago con muchas islas donde cada una define sus fronteras y sus modos de ser particulares”, explica la Doctora en Sociología.  

Desde este estudio la académica puso la brújula al otro lado del río Mapocho, lo que históricamente se llama La Chimba. Lugar muy importante en la historia colonial de nuestro país retratada en novelas como Martín Rivas. Fue por allí donde entraron y se instalaron los colonizadores y es allí donde a partir de los años ‘90 se instalan masivamente los peruanos. La Chimba por definición es el sector urbano y social donde se deposita lo indeseable para el resto de la ciudad: “Ahí quienes organizaron la ciudad pusieron los cementerios, el siquiátrico, todo lo que la ciudad civilizada no quiere ver”, explica Márquez. 

-¿Más allá de la ubicación, qué hace de La Chimba un lugar totalmente diferente al resto de la ciudad?

-La mezcla de culturas, ahí conviven mestizos, zambos, negros, palestinos, hindúes, indios, libaneses, koreanos, colombianos, peruanos, haitianos porque es el lugar de acogida de los inmigrantes que llegan al país. Y descubrimos que, a diferencia de lo que sucede en Santiago, aquí la segregación no tiene ningún sentido, hay una fluidez social y la mixtura se construye cotidianamente.

La Chimba es un distrito económico, se vive, se trabaja y se produce en el mismo lugar. Las familias se mezclan, hay tolerancia con la diferencia. Cuando los palestinos llegaron construyeron un intercambio fluido con los chilenos y en los ’90 con el arribo de los latinoamericanos se ajustaron entre ellos. Lo interesante es que el habitante chileno, dueño de los lugares de La Vega, genera vínculos distintos de lo que tienen  con los habitantes del resto de la ciudad. Hay gran tolerancia, no hay xenofobia, sí  peleas callejeras no menores, pero los chilenos son mediadores y construyen una imagen de la diferencia de forma amable por la relación cotidiana que rompe con los estigmas. El vecino  es  un posible amigo, socio y eso tiene una expresión en el tipo de habitación.

-¿Cómo conviven?

-No opera la zonificación ni ninguna normativa urbana y el Estado apenas existe. Una casa puede ser residencia y a la vez  guardería de niños, un clandestino, un prostíbulo, una amasandería, es decir, puede cumplir multiplicidad de funciones y eso es algo que no hemos visto en el resto de la ciudad. Los planos de La Chimba son un laberinto maravilloso, que sólo puede recorrer el que vive ahí. Es fácil escabullirse, los que recién llegan se sienten seguros, pues se le entrega la posibilidad de tener ingresos sin los papeles al día, permite tener relaciones con iguales y no ser estigmatizado. Cuando llegan, especialmente los latinoamericanos, para ellos cruzar el río e ir a la ciudad es un riesgo en La Chimba donde sí hay protección.

-¿Por qué usted hace la diferencia de que La Chimba no es un guetto?

-Tú puedes vivir y educar a tus hijos en La Chimba sin ser un gueto y eso es súper importante aclararlo: La Chimba no tiene fronteras cerradas, sus límites son porosos, es decir están conectados al resto de la ciudad. La Chimba es un distrito económico donde la conectividad es muy grande con la ciudad y la gente tiene mucha historia. Hay pobreza eso sí, pero no falta comida, los mensajes circulan, el rumor se desplaza, la conversación de barrio opera a nivel de relaciones de vecindad. La Chimba empieza a funcionar a las cuatro de la mañana.

-¿Qué pasa a esa hora?

Se trabaja de noche y a las cuatro de la mañana llegan los campesinos con sus camiones y su mercadería a la Vega. Es una ciudadela que a esa hora se ilumina, cada dos esquinas hay un tambor de fuego que son puntos de encuentro de los trabajadores. Aparecen las mujeres a vender pan amasado y al mediodía los bares están llenos de trabajadores haciendo su pausa tras el trabajo.

-¿Cuáles son sus  grandes conflictos?

-Hay un gran hacinamiento producto de que las viviendas son muy antiguas y los inmigrantes han perforado las manzanas y las casas y las han transformado en conventillos. A veces hay varias familias que viven juntas en una pieza. Se da la paradoja de que palestinos y koreanos  usufructúan de las urgencias y demandas de la población inmigrante latinoamericana. Hay conventillos que son realmente un horror y que están en manos de otro inmigrante. A su vez, el Estado ha facilitado la especulación inmobiliaria;  vez viviendas muy antiguas de adobe que son desplazadas por nuevas construcciones en altura y no responde a lo que la población requiere. Hay precariedad, en el último terremoto el alcalde Pablo Zalaquett declaró que si los inmigrantes no sabían vivir como los chilenos deberían ir a sus países, esto en relación a que las personas sacaron sus colchones a la calle para pasar la noche.  Hay una discriminación fuerte. Históricamente Chile ha sido xenofóbico y con los latinoamericanos es mucho peor el trato, porque es el indígena que se nos hace presente y nos recuerda lo que somos. Y aunque no somos ni blancos ni homogéneos, no queremos verlo.

-¿Y se convive bien?

– Hay un mundo allí que no atraviesa el río y permanece ahí porque es muy democrático y popular; un mundo que se ha ido construyendo desde el hacer en la diversidad.

 

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