Cuando decimos que nuestra sociedad es consumista, hay implícito un juicio negativo. La historiadora Heidi Tinsman nos desafía a mirar el consumo sin juicios previos y analiza los efectos menos estudiados en el fenómeno de la masificación del consumo en la sociedad chilena. Por ejemplo: la libertad que le otorga el poder adquisitivo a una mujer campesina en medio de una estructura machista.
La masificación del consumo en nuestro país durante la dictadura tuvo efectos que no han sido ampliamente estudiados. Por ejemplo, en la vida cotidiana de las trabajadoras de la fruta. Mientras en EE.UU. los empresarios agrícolas realizaban una fuerte campaña de marketing para instalar la uva chilena como un producto de alto consumo en ese país, en Chile las campesinas temporeras tuvieron la posibilidad de comenzar a trabajar en los packings. Esto, dice la historiadora y académica de la Universidad California en Irvine, Heidi Tinsman, les permitió ganar un sueldo, acceder a sus propios bienes de consumo y, con eso, adquirir autonomía dentro de las machistas estructuras familiares del campo chileno.
“Lo que hemos escrito sobre la dictadura, ha visto al consumo como algo que promueve el individualismo y la ruptura del compromiso de clase. Yo no digo que eso no haya pasado. Pero el consumo visto desde el terreno analítico no es ni bueno ni malo: es un campo cotidiano de negociación del poder y, como tal, tenemos que darle historia”, explica.
El consumo en nuestro país, dice la académica, no comenzó con Pinochet. Durante al reforma agraria, recuerda, el Estado promovió la distribución de radios, bicicletas, máquinas de cocer y televisores. Pero en dictadura, la fuente de acceso a los bienes pasó a ser el mercado: “Durante los años 80 los trabajadores de la fruta vivieron en extrema pobreza. Pero gracias al salario que empezaron a ganar las mujeres, podían comprar bienes de segunda mano y eso les dio poder y libertad”.
Tinsman asegura que fue gracias a eso que las campesinas llegaron a participar en los movimientos por el retorno a la democracia, retomando el rol social activo que mantienen hasta hoy.
¿Cómo ve el panorama actual?
“El Estado ha empujado el acceso a vivienda y salud, y ha aumentado el salario mínimo. Pero sigue siendo casi imposible formar sindicatos para los trabajadores temporeros. Hace falta cambiar las leyes laborales, para que sea posible negociar colectivamente mejores salarios y condiciones de trabajo. La presencia de mujeres en organizaciones como la Confederación Nacional Sindical Unidad Obrero Campesina ha sido muy importante. Gracias a eso las temporeras tienen salas cunas, horarios flexibles, etc.”.
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