Lucero de Vivanco, Directora de Investigación UAH: “Se deben destinar más fondos para la investigación en humanidades, en eso no tengo la menor duda”
¿En cuántas situaciones diversas podría dividirse una ciudadana, investigadora y académica dedicada a hacer gestión, a realizar clases de pre y postgrado y a evaluar el avance de la producción del conocimiento en una academia humanista? Esta pregunta surge una vez terminada la conversación con la destacada Doctora en Literatura de la Universidad de Chile, Directora de Investigación y Publicaciones y académica de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UAH, Lucero de Vivanco. Y surge porque durante el diálogo a ratos responde como docente, otras veces como autoridad y de paso también como una ciudadana muy crítica de temas que la apasionan que tienen que ver con la literatura latinoamericana, la memoria histórica, la eutanasia y también la revuelta social que vivió con largas caminatas que convirtió en reflexiones escritas en papers y en posteos periódicos en sus redes sociales. Sólo enmudeció cuando las autoridades de salud dieron la orden de no salir ni a la esquina y ella acató el mandato. “Me tomé el confinamiento de forma estricta, salí sólo a sacar la basura y a la Universidad no he ido desde marzo”, comenta.
No ha visitado el campus de la UAH, pero imagina cómo es verlo enmudecido, con sus patios vacíos, casi en un estado en ruina, sin estarlo. “La experiencia de salir y encontrarme con el vacío sí lo he tenido. Una noche quise enfrentar los temores que había adquirido durante el confinamiento y las dos cosas que tenía en la cabeza eran: la bóveda celeste va a ser demasiado grande para mí, porque estoy bajo techo todo el día y toda la noche, y lo segundo era sentir que necesitaba mirar el horizonte. Y cuando salí fue como un ¡guau!: el cielo estaba demasiado alto, las estrellas demasiado arriba y qué grande es el espacio cuando estamos solos. Lo de la línea del horizonte lo tengo pendiente”, comenta.
Durante estos meses dice sentirse afortunada por continuar sin sobresaltos su labor docente e investigativa, lo hace en su casa en silencio, con sus libros y con una programada y también estricta rutina, muy al contrario de aquellos que se vieron alterados por el quiebre de lo laboral o retrocedieron en sus resultados académicos. Según describe, en su caso, la pandemia le puso en frente la oportunidad de internacionalizar su seminario del Magister en Literatura Latinoamericana, porque rápidamente se dio cuenta que la virtualidad puso a alumnos y profesores a la misma distancia: “igual de cerca e igual de lejos”, señala. Así que, frente a esta nueva realidad, les propuso a sus colegas extranjeros participar de sus clases y finalmente tuvo siete invitados internacionales. “Algo que en un año normal habría sido imposible, porque invitar a un extranjero ya implica tener financiamiento y un proyecto. Esta fue una oportunidad que la crisis nos dio y los estudiantes la valoraron mucho”, señala.
-Usted dice ser una afortunada por cómo ha enfrentado este proceso, pero desde la academia: ¿En qué áreas la Universidad se ha visto más afectada? –
-A nivel de universidad nosotros hicimos una encuesta a todos los académicos para saber cómo estaban llevando la investigación en contexto de pandemia. En general les preocupaban distintas cosas: unos no podían dedicarle tiempo suficiente a la investigación y se retrasaban, a otros se les complicaba llevar la docencia y la formación al ámbito de la virtualidad. Pero me quedé muy sorprendida por algo en particular: las mujeres reconocían tener mayor porcentaje de cargos de gestión y docencia adicional, cumplían con más responsabilidades en los hogares y cuando tenían personas dependientes eran ellas las principales responsables del cuidado, y en consecuencia experimentaban más dificultades para sus trabajos académicos, sus tiempos de investigación se habían visto disminuidos, experimentaban mayor complejidad para evaluar proyectos y más problemas para escribir publicaciones. Pero cuando llegó la pregunta de cuánto le había afectado la pandemia a nivel de salud mental, ellas eran las que se percibían menos afectadas en relación a los hombres. Entonces, ahí observé una tremenda fortaleza. Era impresionante, porque los números marcaban más mujeres haciendo muchas cuestiones y a la vez percibiéndose tranquilas. Entonces, lo que hicimos fue sacar un fondo de investigación para apoyarlas a ellas prioritariamente.
“Realmente no sé lo que va a pasar”
-A partir de esta crisis que ha tocado tan fuerte a nuestro país, usted cree que una vez que pase todo vamos a tener una nueva mirada social o es de las pesimistas que cree que todo seguirá igual que siempre-
-Esa es una pregunta compleja y la contesto fundamentalmente desde el deseo y la imaginación, más que desde el ámbito especulativo y de la hipótesis. Porque realmente no sé lo que va a pasar. Yo creo que la humanidad nos sorprende alternadamente con su altruismo, pero también con su barbarie, por lo tanto, sería como poner las manos al fuego por algo que probablemente siga siendo una cuestión de alternancia. Seguirán algunas personas empujando positivamente el mundo y otras contrarrestando ese esfuerzo. Pero desde lo que imagino creo que de todas maneras nos vamos a encontrar con más humanidad, por tres razones: primero, por el carácter global de la pandemia y porque la posibilidad de superarla depende del confinamiento. Eso ha hecho visibilizar y acentuar las desigualdades y los privilegios de manera muy brutal, pues no fue posible para todos quedarse en casa. Se demostró que la enfermedad y la muerte no son cuestiones meramente biológicas, sino que responden también a una condición social. Por lo pronto, un cuerpo que está en mejor estado físico, que está mejor alimentado, que tiene mejores condiciones de higiene, resistirá mejor cualquier virus. Pienso que a partir de la manera tan desigual con la que nos ha impactado el virus, va a ser más obvia la necesidad de instituir un sistema más justo, más equitativo, más redistributivo y con más solidaridad. En segundo lugar, la pandemia nos ha hecho replantearnos la forma de relacionarnos con las personas, pero también con las cosas. Nos hemos visto forzados, de alguna manera, a identificar lo relevante y lo prescindible, tanto en las relaciones que queremos mantener a pesar de las circunstancias, como en los objetos que son ineludibles para la vida cotidiana. En ese sentido, espero y deseo que salgamos de esta etapa de pandemia más conscientes de la sociedad de consumo en la que vivimos, porque estamos depredando el planeta, arrasando con la biodiversidad y contaminando el mundo para ser propietarios de objetos que tienen una obsolescencia programada. Y, en tercer lugar, el punto de partida del coronavirus, que supuestamente fue en ese mercado de animales de Wuhan, nos obliga a realizar un examen crítico a la interacción entre seres humanos y animales. Hemos vivido toda la modernidad diferenciando claramente al ser humano, con su lenguaje y su razón, de los animales, frente a los cuales nos sentimos superiores y con el derecho de someter y explotar. Por lo tanto, hay que pensar en esa sopa de Wuhan y cuestionar la supuesta supremacía que nos llevó a cocinarla.
“Las personas necesitamos más que vacunas porque no vivimos solamente de racionalidad”
-Frente a una emergencia que necesita una respuesta científica oportuna: ¿Cree que un país como Chile debe destinar más fondos para la investigación humanista? ¿Es el momento? y ¿Por qué? –
-Sí, siempre es el momento y siempre se deben destinar más fondos para la investigación en humanidades, en eso no tengo la menor duda. Un filósofo español, Patxi Lanceros, que a mí me gusta un montón, explica cómo se estructura el conocimiento. Él dice que el conocimiento aparece en tres escenas: la primera es la del saber técnico, regido por la norma y el manual; la segunda es la escena especulativa, que se ordena en función de la hipótesis y la comprobación; la tercera es la escena imaginaria, donde opera el conocimiento simbólico y se juega la posibilidad de la comprensión. Es la esfera de la poesía, el arte, la creación. No es que el tercer nivel sea más importante e inhabilite a los otros dos, el punto es que necesitamos de todos esos niveles siempre y tampoco se trata de quitarle presupuesto a la ciencia para dársela a las humanidades. Este autor decía que la ciencia no agota el conocimiento posible, pues no accede al ámbito del sentido. Las personas necesitamos más que vacunas porque no vivimos solamente de racionalidad, de objetividad, de especulación; requerimos que nuestra subjetividad sea interpretada, que nuestros temores sean socializados, que nuestras percepciones sean compartidas, que nuestra visión de mundo sea discutida, desafiada, interpelada. Y en una situación de emergencia como ésta, es cuando más requerimos la investigación que considere este ámbito humanista. Porque a las señoras y adolescentes que están en sus casas algún día les va a llegar la vacuna y la van a agradecer, pero antes y después van a requerir de otras herramientas imaginativas, comprensivas y subjetivas para elaborar la experiencia. Esas que la ciencia dura no entrega.
-Y en cuanto a los temas de investigación: ¿Cuáles deberían tener prioridad? –
-En primer lugar, como directora de investigación, y siempre respetando la libertad de los académicos de elegir los temas, creo que desde las Ciencias Sociales se pueden ofrecer nuevas respuestas creativas a los problemas que existen y se pueden formular nuevas preguntas para mirar mejor los viejos problemas, con perspectivas diferentes. Además, creo que es fundamental que las Ciencias Sociales y las Humanidades conecten con otras ciencias y disciplinas para tener una mirada más compleja a los fenómenos.
– ¿Y eso es posible con un sistema de evaluación tan rígido? –
-Eso es bien difícil en Chile. Porque para poder “performar” científicamente como país necesitamos cumplir con una serie de indicadores de productividad que están en muchos casos jugando en contra del desarrollo del conocimiento. Se nos exige escribir una cantidad específica de artículos anuales, que deben ser publicados en cierto tipo de revistas. Es verdad que esas exigencias garantizan un nivel de calidad, pero lo estamos haciendo a costa del tiempo y el espacio que las personas que están dedicadas a hacer investigación necesitan para pensar más especulativamente, más creativamente y más libremente. Necesitamos imaginar cosas nuevas, si no, empezaremos a funcionar como en una rueda que gira sobre sí misma. Entonces, hay ahí una tensión entre los desafíos que propone la sociedad contemporánea, el desarrollo individual más creativo de la ciencia, y el tercer factor que son las exigencias externas que nos imponen para cumplir con estándares que fundamentalmente son cuantitativos y no cualitativos.
“Tenemos mucha libertad para comprar y vender y menos libertad para pensar”
-Muchos investigadores se quejan justamente de que la institucionalidad no valora el proceso de investigar y existe la neurosis de los resultados. ¿Es tan así? –
-Es muy cierto, estamos enfocados en el producto final, en el fondo es el neoliberalismo puesto en el ámbito de la investigación. Tenemos mucha libertad para comprar y vender y menos libertad para pensar, porque el pensar no es un producto sino parte del proceso y del trayecto. No me acuerdo exactamente cuál es la derivación, pero la palabra “ocio” comparte su etimología con la palabra “escuela”, para decirnos que es en ese tiempo libre donde puede surgir el aprendizaje de cosas nuevas. Con eso no quiero decir que hay que enviar a los académicos al campo a no hacer nada, pero sí considerar que si estás presionando constantemente por resultados vamos a disminuir la posibilidad de llegar con resultados más innovadores.
– Desde su disciplina cree que hoy hay más espacios para trabajar la memoria. ¿Cómo lo ve? –
-Charles Péguy decía que la memoria es esencialmente vertical, mientras que la historia es longitudinal y pasa de largo. La memoria consiste en no salir, en quedarse adentro del acontecimiento y en permanecer en él. La historia va recoger los hechos y construir la narrativa de este momento, pero la memoria va a tener que desentenderse de esa estructura temporal de largo plazo, para darle cabida al tiempo ralentizado de la pandemia. Esta época que estamos viviendo tiene otro régimen temporal, otra forma de vivirse, por lo tanto, en la memoria quedará la subjetividad de los afectos, las percepciones de las vivencias. Y eso va a volver una y otra vez, porque la memoria funciona de esa manera: en cinco o diez años más volveremos a mirar este momento, y volveremos a hacer una inmersión en el pasado, para poder entender nuestro presente y proyectar el futuro.
“Yo quería tener el derecho a morirme y no ser una sobreviviente”
-¿Y qué nuevos relatos deberían estarán presentes en las producciones literarias? –
-En el ámbito de la literatura se van a reactivar dos tradiciones imaginarias de mucho valor, como son el imaginario de fin del mundo y el imaginario de las distopías del futuro. Estoy segura que en unos pocos años más van a aparecer novelas que lean este momento desde una sensación de final, como un apocalipsis, en cualquiera de sus versiones. También, de alguna manera, el presente está concretando ciertas distopías de futuro que fueron imaginadas años atrás y que ahora parece que las estamos viviendo.
-Parte de su trabajo ha sido analizar la narrativa de la violencia en América Latina, especialmente en el Perú. ¿Qué oportunidad ve en las narrativas a partir de la ola de cambios y crisis política que vive el Continente? –
– Las humanidades van a ser estratégicas para ayudarnos a comprender y para enmendar lo que tenemos que transformar. Ahí hay una oportunidad. Lo del Perú lo vivo de manera muy consciente y responsable porque es parte de mi trabajo: yo investigo sobre literatura peruana que dialoga con su contexto. La literatura que a mí me interesa interroga y cuestiona los significados y los sentidos que le otorgamos a las cosas, se pregunta por los modos de percepción y las sensibilidades, muestra mecanismos de inclusión y de exclusión de grupos sociales, de perfiles, de etnias, de culturas, de gente, se cuestiona los modelos políticos y los sentidos comunes. Muchísimas veces las reflexiones sobre determinados periodos históricos aparecen primero en la literatura, antes que en las Ciencias Sociales. Vimos, por ejemplo, que la literatura y el arte convivieron con el estallido social chileno: los rayados en las calles, las perfomance, los conciertos, y las referencias culturales en los muros tenían una visión muy lúcida respecto a lo que estaba pasando.
-De todas las definiciones de incertidumbre: ¿Cuál se acerca más a lo que usted está viviendo? –
– En el peor momento de la pandemia tuve la sensación de que, como persona y como ciudadana, debía tener el derecho de optar por la eutanasia si esa era mi decisión. Porque esos imaginarios de fin de mundo que conozco tan bien me decían que, si esto se ponía más grave, al punto de que se quebrara el contrato social del día a día, yo quería tener el derecho a morirme y no ser una sobreviviente. Cuando íbamos de subida con las cifras, la incertidumbre estaba abierta en su máxima expresión, y lo que para mí la definía era estar situada en el umbral entre la vida y la muerte. Ese es un umbral muy fácil de transitar y me siento con el derecho a poder optar respecto de él.
– ¿En ese sentido una nueva Constitución debería consagrar el derecho a morir? –
-De todas maneras, deberíamos hacer esa discusión en Chile de una buena vez. La muerte asistida es una cuestión valórica que depende de dónde uno esté situado, y debería estar regulada y aceptada.
Links UAH:
Lucero de Vivanco, Directora de Investigación UAH
Facultad de Filosofía y Humanidades
Magíster en Literatura Latinoamericana
Investigación UAH
Departamento de Lengua y literatura
Postgrado UAH
Ediciones UAH
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