¿Qué pasa si la figura humana se sumerge en un bosque nativo y descubre lo pequeña que es? El nuevo libro del antropólogo de la Universidad Alberto Hurtado, Juan Carlos Skewes, invita a entender que el ser humano es parte de un proceso a través del cual los árboles y demás seres contribuyen a la regeneración de la vida, y no al revés.
En los últimos cuatro años Juan Carlos Skewes ha viajado al centro y sur del país para investigar la vida de los árboles nativos chilenos y las relaciones que mantienen las comunidades con ellos. En ese recorrido descubrió que hay quienes los ven como sus parientes, mientras que otros, los tratan solo como una mercancía.
Este trabajo dio como resultado su último libro “La regeneración de la vida en tiempos del capitalismo: otras huellas en los bosques nativos del centro y sur de Chile”, publicado por editorial Ocho Libros y que define el problema del casi nulo reconocimiento a campesinos y Mapuche que, en lo cotidiano, contribuyen a la regeneración de los bosques.
La publicación es una propuesta a dejar de lado la postura antropocéntrica y hacer entender que el ser humano es parte del mundo y su relación con los árboles y con los demás seres vivos es crucial para el mantenimiento de la vida. Es más, la invitación es, por un minuto, observar al árbol más cercano y reconocer el vínculo que tenemos con él. ¿Valoramos su existencia? ¿Sabemos cuántos años tiene? ¿Cuánto de ese tiempo hemos compartido? ¿A qué especie pertenece? ¿Lo respetamos?
Según Skewes, el problema es que como civilización occidental hemos tomado el camino equivocado: “Nos han enseñado un antropocentrismo que nos hace vivir la fantasía de estar separados del mundo, que estamos nosotros y la naturaleza, cuando no hay separación posible. Y además nos insta a despreciar aquellas formas de conocimiento que surgen más allá de los confines de la ciencia”, dice.
Para el antropólogo, este libro además explora las formas de convivencia de los productores locales, Mapuche y campesinos que, en su cotidiano, producen una relación de simetría, intercambio y reciprocidad con seres que no son humanos.
“Que quede claro que esta publicación no es una visión romántica ni ecologista; que el tema es el de buscar los acomodos que mejor sirvan a seres humanos y no humanos para conservar la vida”, comenta.
Para entender este análisis, da como ejemplo una fotografía que tiene colgada en su oficina. Ahí se ve una pareja Mapuche junto a un bosque nativo que ellos mismos ayudaron a crecer. Hoy esos árboles les acompañan, son parte de su historia, de su vida y de su hogar. “Esa convivencia es de intimidad, de cuidados mutuos que representan acciones que sin ser sofisticadas resultan ser bastante más destacables que los logros de la ciencia en la protección del bosque”, aclara.
Para Skewes el mundo urbano, en cambio, padece de xilofobia, de un cierto odio a los árboles.
-¿Suena raro que alguien odie a los árboles?-
-Los mutilan, los cortan, los eliminan, los acomodan en un sentido de orden y de disciplina que es propio de la dominación. Puede sonar raro pero los árboles han sido frecuentemente dispuestos para demostrar poder. Las alamedas en las antiguas haciendas eran las avenidas de los patrones. En Chile, donde tenemos la costumbre de valorar lo extranjero, bastó con las preferencias de un presidente de la República, para que las palmeras se multiplicaran como por arte de magia. Los árboles han servido como símbolos de ostentación. Un alcalde de La Florida, por ejemplo, quiere arrancar los pimientos de su comuna y poner palmeras porque es el árbol de gente elegante aunque los pimientos sean testimonio de una larga historia prehispánica en el sur de América (y el deseo de erradicarlos expresión de la ignorancia del edil).
Para realizar esta investigación, el académico trabajó con un equipo de destacados profesionales como Victoria Castro, Debbie Guerra, Jorge Razeto, Ema Catalán, Wladimir Riquelme, Felipe Trujillo, Susana Rebolledo y Lorenzo Palma. Cada uno, ayudó a convivir lo que más se pudo con las comunidades donde se hicieron los trabajos de terreno.
“Rescatamos las relaciones íntimas que las personas tenían con los árboles, su uso en los ritos funerarios, y la relación botánica de los niños y niñas – que es maravillosa porque son capaces de reconocer las diferentes especies con los ojos tapados. También valoramos la convivencia entre especies arbóreas. Las palmas chilenas pueden compartir con las palmeras como ocurre en el Niño Dios de Las Palmas de Olmué y en el libro creemos en el mestizaje de las cosas y de los árboles, pero no es lo mismo una plantación de pinos o un monocultivo que un bosque cuya heterogeneidad es salvadora para la humanidad”, dice Skewes.
La etnografía empleada rescata y aclara la idea de lo que es comunidad. Skewes explica que no todas las comunidades son iguales, al contrario, que están internamente diferenciadas sin estar exentas de conflicto y que se acomodan de acuerdo a su realidad particular.
“Una de las características de la comunidad local es esa virtuosa capacidad de adoptar a quien se acerca e integrarle en la tarea cotidiana. Por ejemplo, un perro pequeño habituado a un departamento llega a la comunidad, y se le acoge como uno más. Tal como los perros de campo, la mascota de ciudad debe unírseles frente a la invasión de los jabalíes que amenazan las huertas y lo plantado. Contra toda expectativa, es el jabalí el que termina escapando de la mascota, cuya mejor arma fue la de morderle los testículos. “Lo que quiero decir es que las comunidades tienen esa plasticidad que les permite adaptarse a todo, que están en movimiento perpetuo integrando a seres humanos y no humanos quienes encuentran sus funciones en relación no a sí mismos sino a los demás”.
-¿Y las prácticas capitalistas cómo entran en ese espacio?-
-El estado forma a la gente para el capitalismo, pero la gente lo aplica a su manera. El capitalismo viene a dividirles y son las presiones de mercantilización las que generan conflictos: cuando entra la plata la gente se pelea, hay disputas vecinales, empobrecimiento y enriquecimiento al mismo tiempo. Frente a la expansión de la gran industria maderera nacional, por ejemplo, hay disputas, igual que con el tema del agua y la ocupación de los terrenos. Por eso los resguardos que el sector público pueda generar para imponer límites a una expansión irracional del mercado son indispensables.
-¿Frente al estallido social, usted ve una oportunidad para la toma de conciencia del valor de los bosques nativos?-
-Tengo esperanza. El mercado no puede penetrar con la voracidad como lo hace en espacios fundamentales para la vida, porque no estamos hablando de capitales sino de bases ecológicas sobre las que se sostienen el país y su pueblo. Las comunidades contribuyen porque expanden la masa verde y merecen respeto. Si me preguntas, creo que este momento es crucial para debatir, qué es lo que corresponde proteger a una nueva constitución para garantizar la regeneración de la vida amenazada por la mercantilización.
Links UAH:
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Ediciones UAH
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